viernes, 31 de octubre de 2008

Mari, Dan Brown y el matriarcado primigenio (I)


Cuando en 1861 Johann Jakob Bachofen publicó Das Mutterrecht seguramente no era muy consciente de la que estaba liando.

En esta obra, titulada “El Derecho Materno”, este antropólogo suizo estableció un modelo teórico según el cual la Humanidad habría pasado por cuatro estadios evolutivos: uno inicial, llamado Hetairismo, en el que imperaba una gran promiscuidad sexual y no existían los emparejamientos estables, otro denominado Ginecocracia –normalmente identificado con “matriarcado”-, en el que la familia se habría articulado en torno a la madre, hasta una fase Dionisiaca de transición que finalmente desembocaría en el actual patriarcado.

Esta estructura social habría tenido su equivalente dentro del mundo mítico, de forma que inicialmente se rindió culto a una Diosa Madre, relacionada con la fecundidad, más tarde sustituida por deidades masculinas de carácter guerrero, algo que en Europa aproximadamente coincidiría con la llegada de los pueblos indoeuropeos. Para establecer esto, Bachofen y sus seguidores se basaron en las esculturas de venus prehistóricas, o en diversas referencias en textos mitológicos, como la Teogonía de Hesíodo, quien presenta a un universo dominado por la diosa Gea antes de la llegada de Zeus y su panteón olímpico.

Ni que decir tiene que estas ideas han tenido una cálida acogida dentro del pensamiento feminista y un amplio eco en la literatura de ficción. Baste recordar a Ayla, la modosa top model cavernícola protagonista del Clan del Oso Cavernario y sus secuelas, a la postre responsable de todos los avances tecnológicos acaecidos durante el Paleolítico Superior, dentro de un amplio monográfico sobre el sexo en la Prehistoria.

El problema es que el modelo teórico de Bachofen se encuentra ampliamente cuestionado por los especialistas modernos: la antropología nunca ha logrado documentar, ni entre los actuales “pueblos primitivos” ni rastreando en los textos históricos, sociedades como las que él describe. Hablando claro, jamás han existido los pueblos matriarcales, entendidos como aquellos en los que la mujer desempeñaría el mismo rol que el hombre cumple dentro de las patriarcales: sólo podemos hablar de la existencia rasgos concretos como la filiación por vía materna o el matrilocalismo.

Para acabar de liarla, en 1921 Margaret Murray publicó su obra The Witch-Cult in Western Europe, según la cual la persecución a las brujas durante los siglos XV-XVII habría sido, en realidad, una represión encubierta a un culto precristano centrado en la diosa Diana, liderado por una especie de sacerdocio femenino. De esta forma, los aquelarres no fueron más que rituales orgiásticos relacionados con el culto a la fertilidad.

De nuevo, esto no se sostiene ni con alfileres y por ello las teorías de Murray han sido sobradamente refutadas. En realidad, las prácticas y creencias que los inquisidores atribuían a las brujas no eran más que un sádico y disparatado cúmulo de supercherías, una mera proyección de sus propios miedos. Donde había un Cristo, crearon un Anticristo, y donde había una Iglesia, construyeron una Antiglesia dotada de unos rituales que sólo eran una macabra parodia de los propios. En definitiva, no hay nada que permita sostener que aquellas pobres mujeres fueron algo más que simples cabezas de turco en una especie de psicosis colectiva. Si un niño desaparecía, era porque las brujas lo habían raptado. Si alguien enfermaba, era a causa de sus conjuros. ¿Problemas de erección? Échele la culpa a una bruja.

Pero ese supuesto culto clandestino a la Diosa Madre también ha tenido su repercusión dentro de la literatura de ficción, y esto, a su vez, ha llegado al gran público. Obras como Las Nieblas de Avalon de Marion Zimmer Bradley, han acabado consolidando una visión antagónica entre un “paganismo” matriarcal, tolerante y de buen rollito, frente a un cristianismo patriarcal y totalitario, revestido de sotana y cilicio, que ha tenido su máxima expresión en El Código da Vinci. En esta novela, Dan Brown nos presenta a una beatífica secta con destellos de ONG conocida como El Priorato de Sión, heredera del sacerdocio brujeril. El autor logra demostrar magistralmente que el mismísimo Leonardo Da Vinci formaba parte de esa sociedad secreta y su Gioconda no es más que una representación de la simbiosis pagana entre el ser masculino y el femenino, lo cual queda perfectamente de manifiesto en su mismo nombre: Mona Lisa, es decir, Amon L’Isa, es decir, Amón-Isis.

Y es que hay que joderse.

La popularización de las ideas de Murray ha supuesto, en gran medida, una “vuelta de tuerca” a las de Bachofen, y por ello, en cierto modo, se ha sido más papista que el Papa. En realidad, este antropólogo hablaba de un culto a la Diosa Madre prehistórico, anterior a la creación de mitologías como la griega, romana, celta, egipcia, persa o germánica. Y es que resulta absolutamente insostenible que estos pueblos fueran matriarcales, cuando, sin ir más lejos, el mismo Hesíodo, cuya obra sostiene el antagonismo entre Gea y Zeus, describe a Pandora, la primera mujer, con unos términos completamente misóginos.

Continuará…

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