domingo, 2 de noviembre de 2008

Mari, Dan Brown y el matriarcado primigenio (y II)


Ez zen eliza ez kristorik / No eran ni la iglesia ni Cristo
arbasoen sinismen jarretan. / en lo que creían nuestros antepasados.
Apaiz fraile bajo Vaticano / Los curas, frailes y monjas estaban en el Vaticano
Ta sorginak akelarretan. / y las brujas en los aquelarres.
Ez zen eliza ez kristorik / No existía ni la iglesia ni Cristo
Gizarte haretan. / en esa sociedad.

Pese a su completa desvinculación con respecto al mundo académico, o tal vez debido precisamente a ello, letras como las del grupo de rock Kortatu han sabido retratar mejor que nadie buena parte de la actual subcultura matriarcal.

En nuestra piel de toro, la Matriarcomanía se instauró de la mano de Julio Caro Baroja (Los pueblos del Norte, ed. Txertoa), quien, basándose en una referencia del geógrafo griego Estrabón sobre los pueblos del norte de la península hacia el cambio de era, postuló la existencia de un matriarcado de origen vascoide en ese ámbito. De nuevo, esto ha creado otro efecto bola de nieve y estudiosos posteriores, como Barbero y Vigil, han ido mucho más allá, trasladando todo ese supuesto matriarcado hasta los albores de la Reconquista.

Sin embargo, especialistas actuales como Eduardo Peralta o Narciso Santos Yanguas han echado por tierra todas estas teorías. Estrabón, miembro de un pueblo en el que la mujer era sistemáticamente relegada, se encontró ante una sociedad en la que ésta contaba con bastantes libertades, lo cual malinterpretó, utilizándolo como arma para destacar su carácter incivilizado. Pero el hecho de que las mujeres heredasen la tierra no suponía que ostentaran el poder económico, tal y como habría ocurrido en una sociedad agrícola como la suya, pues en el norte de Iberia ésta sólo era una actividad marginal, complementaria a la ganadera.

Pero durante años, cada vez que alguien se topaba ante alguna costumbre en la que la mujer poseía una cierta preeminencia, automáticamente se la considera una pervivencia de ese supuesto matriarcado, y no han faltado los han visto en las sociedades gastronómicas del País Vasco una de sus muchas reminiscencias.

Tampoco faltan las obras de ficción que nos hablan de unas sacerdotisas matriarcales adalides del buen rollo y la corrección política, como Las Guardianas del Tabú de Javier Lorenzo. Y es que, aunque no existió un matriarcado entre los antiguos cántabros, ni ningún tabú en torno a la luna –otra creación de Caro Baroja, también muy superada-, en la literatura actual existe un gran interés por otorgar protagonismo al ámbito femenino, especialmente dentro de un género, como es el histórico, en el que casi el 75% de sus lectores son mujeres. Paradógicamente, en cierto modo esto ha materializado buena parte de los ancestrales temores patriarcales. Ya se sabe que, tal y como señala Stefan Bollmann, las mujeres que leen son peligrosas.

Sin embargo, la más significativa manifestación de ese matriarcado asociado con la Diosa Madre sin lugar a dudas es Mari.

Cuando, a lo largo del siglo XIX, etnógrafos y literatos como Joseph Agustín Chaho, José María de Goizueta, Juan Venancio de Araquistain, Julien Vinson o Wentworth Webster estudiaron la mitología popular vasca, tan sólo encontraron unos seres femeninos que normalmente relacionaron con las hadas gaélicas. Es José Miguel de Barandiarán, considerado por muchos el "patriarca de la cultura vasca", quien nos habla por primera vez de Mari, un numen supremo femenino de carácter terrestre.

Mari es María, es decir, la virgen cristiana, pues este nombre es con el que en euskera se conoce a la madre de Jesús. Barandiarán recogió una serie de relatos populares protagonizados por una virgen revestida de infinidad de rasgos heterodoxos y unas damas que anteriormente habían sido catalogadas como hadas, lo que él consideró un caso de asimilación de una deidad anterior. Sin embargo, con poco más de treinta relatos breves componiendo lo que él denomina El Ciclo de Mari, su carácter de numen supremo de la mitología vasca sólo obedece a una arbitraria identificación con la Diosa Madre postulada por Bachofen, al estar este investigador absolutamente convencido del carácter “prehistórico” de la cultura tradicional vasca.

Eso no quita para que este numen supremo, y el supuesto culto brujeril medieval, hayan servido para que algunos se hayan montado todo un panteón pagano, supuestamente vigente en pleno siglo XX. Algo que jamás creyeron aquellos investigadores que lo hicieron posible, pues sólo nos hablan de pervivencias paganas dentro de una sociedad cristiana... y la mejor prueba de ello es que tanto Julio Caro Baroja como José Miguel de Barandiarán eran curas (ver la foto de este último, que da inicio a la presente entrada).

En fin, la facilidad con la que se difunden las ideas humanas es proporcional a la medida en la que éstas encajan dentro de un sustrato ideológico ya existente. De ahí que muchas creencias historiográficas completamente superadas permanezcan en vigencia dentro de determinados ámbitos, mientras que otras, de rabiosa actualidad pero muy lejos de encontrarse demostradas, hayan logrado una entusiasta implantación en muy poco tiempo.

Desde una perspectiva progresista, resulta muy seductor el considerarse descendiente de un pueblo defensor de los valores feministas y tal. Pero no se puede confundir lo que fue, con lo que me a mí gustaría que hubiese sido. Y tampoco hay que olvidar que los principios del feminismo poco tienen que ver con establecer un matriarcado.

1 comentario:

Marianne dijo...

O sea... que no me merece la pena mudarme al norte para que los hombres me hagan caso, ¿no? ¡Vaya desilusión! En fin...

Está muy bonito el blog y muy en tu línea. Ahora que lo pienso, te pega mucho. ¡Ánimo! :)