jueves, 30 de octubre de 2008

Margine al freak


Cuando hablamos de frikis, inmediatamente nos imaginamos a un entrañable zampabollos treintañero vistiendo calzado deportivo y camisetas de Star Wars. Un personaje apacible, tímido e introvertido, eterno acumulador de esperma, invariablemente marginado por una sociedad injusta. El típico loser que en el instituto padece con resignación las novatadas del equipo de baloncesto y sufre estoicamente el menosprecio de la jefa de animadoras, alguien con el que, en definitiva, nadie acudiría al baile de graduación.

Pero no se deje engañar por las apariencias. En realidad, nos encontramos ante un ser soberbio y egocéntrico, directo responsable del desmoronamiento de la cultura occidental.

Ya sé que esta acusación puede parecer desproporcionada. Es más, todos aquellos que hemos bebido de las fuentes de la progresía nos hemos construido unos patrones mentales según los cuales esta sociedad, conservadora y totalitaria, siempre margina a todo aquel que la cuestiona. Por ello, inmediatamente simpatizamos con el marginado, poniéndonos de su parte.

Y, efectivamente, la endoculturación es un proceso antropológico real, mediante el cual toda sociedad tiende a auto-perpetuarse gracias a diversos mecanismos a su alcance, como su capacidad para educar a las nuevas generaciones o el consabido retrazo a quien subvierte sus normas. Es otras palabras: se margina al que es distinto sólo por el hecho de serlo; algo sin duda arbitrario, injusto y reaccionario.

Pero en algunas ocasiones la sociedad no se equivoca.

Esto es algo muy difícil de reconocer, y sólo se logra tras un arduo proceso de reflexión. No obstante, decir que el friki merece que lo marginen no es, ni mucho menos, una afirmación arbitraria. Además, como veremos, tampoco se trata de un personaje trasgresor -¡qué disparate!-, sino el más despreciable peón que el capitalismo emplea para imponer su escala de valores dentro de nuestra cultura.

Para los que vivimos más o menos inmersos dentro del mundillo del arte –entendido en un sentido amplio y no elitista- el eterno debate entre “comercialidad versus introspección” es un lugar común, una senda transitada en infinidad de ocasiones. Pero en una sociedad que camina hacia el neoliberalismo, en la que todo se cuantifica monetariamente y lo que es bueno o malo se determina en función de cuánto dinero se puede sacar de él, es lógico que la calidad de una obra artística también se mida exclusivamente por la pasta que pueda generar. Esto ya resulta bastante trágico de por sí, y no vamos a extendernos en ese punto, pero baste decir que, en mi opinión, la existencia de los freaks contribuye, de forma significativa, a desestabilizar aun más la ecuación.

Pongamos un ejemplo sencillo. Imaginemos que usted acude al cine para ver una película de –por decir algo- Clint Eastwood: pagará su entrada, visionará la cinta y, tras ello, tomará unas copas o regresará a su casa. Más adelante, es posible que alquile el dvd en su videoclub, o que incluso lo compre, pero esto último es menos probable y deberá gustarle mucho para que lo haga. Todos sabemos que al alcanzar la treintena aumentan los compromisos sociales, vienen los niños, se recortan gastos por culpa de las hipotecas, etc. Esto hace que el rango de edad del espectador medio se sitúe entre los 15 y 30 años, de ahí que exista una importante tendencia a realizar un cine comercial que responde exclusivamente a parámetros adolescentes.

Pero ahora imagine que es usted un friki de 33 años eternamente adolescente, que trabaja como informático, es soltero, no sale por las noches y vive en casa de sus padres. No viste ropa de marca, sólo camisetas negras de Barrio Sésamo, vaqueros con manchas de esperma y calzado deportivo. No tiene que pagar hipotecas o alquileres, ni el colegio de los niños. Tampoco destina su dinero a cenas, ni a copas, no tuena su coche y, desde luego, tampoco gasta en condones: ahora la situación cambia por completo. Así resulta meridianamente sencillo gastarse entre 200 y 600 euros al mes en morralla freak.

Y donde está la pela, está el negocio. Porque un friki no se limita a ver una película en el cine, sino que lo hace tres veces, atiborrándose de palomitas, chocolatinas y coca-cola. Más tarde se compra el dvd, la versión extendida, el cartel de la película, los cómics, el juego de rol, las figuras de plomo, la novela, el videojuego, la espada del protagonista y hasta el conjunto de cuero de Jerjes en “300”. Basta una breve visita a cualquier tienda freak que responda al perfil de La Caverna del Androide, para descubrir hasta qué punto puede dar de sí la gallina de los huevos de oro. Afrontémoslo: cincuenta frikis gastan más en cine -y sobre todo, en sus derivados- que setecientas personas normales. Por tanto, ¿qué tipo de cine interesa más a una productora?

Ahora visitemos la biblioteca de un friki. Y, por favor, no se deje engañar por el hecho de que cuente con una titulación superior: aparte los libros de programación avanzada y gestión de redes, retire las novelas de la Dragonlance o Battletech, no preste atención a los cómics de tíos en leotardos, ni se confunda con las normas de juegos de rol y se encontrará ante un paisaje desolador.

¿Es éste el modelo de lector/espectador que debemos emplear como referencia?

Hay que ser tolerante y se debe respetar los gustos o chifladuras de cada cual, pero estamos alcanzando un punto sin retorno en el que se está imponiendo una escala de valores completamente descabellada, en la que los frikis son una punta de lanza. Hace cincuenta años, los lectores de novelas “de a duro” eran conscientes de que la suya era una literatura fácil y de consumo. Pero con la transición a la democracia, vino la democratización de la cultura, lo cual no ha significado que ésta se encuentre al alcance de todos, sino que todos debemos ser considerados igual de cultos por decreto-ley. Y no se les ocurra criticar a Dan Brown o al último videojuego adaptado al cine, pues eso es de pedantes, del mismo modo que, aplicando un criterio inverso, todo aquello que esté más allá del alcance intelectual de un hooligan lobotomizado también lo es.

Por tanto, desde aquí quisiera romper una lanza en favor de la marginación social del friki como un acto necesario de eugenesia e higiene cultural, imprescindible para la preservación de un legado artístico que se remonta a casi tres mil años.

http://www.youtube.com/watch?v=X6cyREtBrpg




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