Hay cosas que resulta imposible tomarse en serio, por mucho que uno lo intente.
Siendo un tierno adolescente, formé parte del consejo de redacción de uno de esos fanzines que proliferaron durante los años 80 y principios de los 90. Para aquellos jóvenes internautas nacidos en plena era digital que ignoran lo que es un fanzine, añadiré que eran publicaciones creadas por aficionados, que muchas veces contaban con un fuerte contenido de denuncia social.
Debo reconocer que hablar de “consejo de redacción” para referirme a los responsables de aquellos entrañables engendros resulta un tanto artificioso, pues en nuestro caso tan sólo éramos un grupo de amigos que nos reuníamos en un piso, aprovisionados con una generosa cantidad de cerveza, calimocho y patatas fritas. Escribíamos artículos y dibujábamos cómics, que más tarde maquetábamos para fotocopiar y grapar de forma completamente artesanal. Éramos unos luchadores antisistema, queríamos cambiar el mundo y, sabedores del formidable poder de la prensa, considerábamos que el mejor medio para lograrlo era plasmar todas nuestras inquietudes en un fajo de fotocopias grapadas, que más tarde repartíamos entre nuestros colegas y compañeros de instituto.
Veinte anos después, mi opinión resulta sensiblemente distinta, y así, donde antes veía un impecable artículo repleto de verdades incontestables, ahora me encuentro ante una prosa torpe e insegura, con una pobre línea de argumentación rebosante de una cándida ingenuidad y un desconocimiento general sobre lo que se habla.
Mutatis mutandis, hoy en día todos esos blogs que inundan la Red, protagonizando una cruzada contra los desmanes de Ramoncín y la SGAE, o haciendo apología de la abolición de la ley de propiedad intelectual, me parecen exactamente iguales a aquellos entrañables fanzines. Evidentemente, ahora la ideología de este heterogéneo colectivo es más amplia, pues varía desde el neoliberalismo friki hasta el pensamiento libertario propio del que se zampa una Whopper en lugar de una Big Mac como síntoma de gallarda rebeldía. Pero, en ambos casos, cuentan con las mismas carencias.
Si se desea hablar de Cultura, desde la perspectiva ideológica que se desee, es preciso ir bastante más allá de los tópicos sobre “progres” o “culturetas” alimentados por Jiménez-Losantos y compañía, o del supuesto carácter subvencionado de los que trabajan en ella, lo cual responde a una campaña de desgaste dirigida contra la industria del cine, a causa de su tradicional vinculación con la Izquierda, y que ahora se pretende extrapolar a otros sectores. España debe de ser uno de los países desarrollados que menos invierte en cultura, pero el que más conciencia tiene de hacerlo.
Y si se desea hablar de la propiedad intelectual, se debería tener en cuenta que la SGAE únicamente gestiona los derechos sobre la música, el cine y el teatro, mientras que dicha ley afecta a actividades tan dispares como la escultura, la ingeniería, la cocina o las artes marciales, y ahora, con la difusión de los libros en formato electrónico, el caballo de batalla en torno a la piratería previsiblemente se desplazará a buena parte ellos, afectando desde el trabajo de un novelista de moda hasta al autor de un libro sobre geología.
Y es que, aunque los adalides de estas revolucionarias ideas consideren que las entradas de sus blogs son verdades incontestables, también encuentro en ellos una prosa torpe e insegura, muchas veces salpicada de faltas de ortografía, una pobre línea de argumentación rebosante de una cándida ingenuidad y un desconocimiento general sobre lo que se habla. No obstante, existen varias diferencias fundamentales con respecto a aquellos fanzines de mis años mozos. La primera es que ahora, por muy cenutrio que uno sea, todas las opiniones valen lo mismo, pues nos ampara la llamada Democracia de Internet. Y es que, presuntamente, cada blog es una pequeña joya de libertad y democracia… aunque en él sólo salgan fotos de tías en pelotas.
La segunda, sin lugar a dudas la más inquietante, la descubres en el telediario, cuando ves a todos esos freaks reunidos en torno a una mesa con la ministra de cultura, representándote.
Dejando de lado mi opinión personal acerca de una polémica ley en la que el poder ejecutivo se confunde con el judicial y, sobre todo, con los intereses de un determinado lobby cuyo único objetivo es lucrarse a toda costa, resulta sorprendente el modo en que se ha encumbrado a un grupo de individuos anónimos a raíz de ese manifiesto que circula por la Red, presuntamente redactado para defendernos; gente cuyo único mérito es el de ser “internautas” o “blogeros”. Especialmente si se tiene en cuenta las dificultades ante las que muchas veces se encuentran los líderes de sindicatos y colegios profesionales, perfectamente estructurados y legalizados, a la hora de ser recibidos por algún cargo ministerial.
La democracia es un sistema político según el cual la ciudadanía tiene derecho a escoger a sus representantes y yo no he elegido a ninguno de esos gurús cibernéticos para que me represente. Por tanto, no considero democrático todo este funcionamiento, y además me reafirma en mi idea de que Internet es como una jaula de monos, en que siempre tiene razón aquel que más ruido hace, pues eso automáticamente le convierte en el macho alfa.
He participado en foros sobre historia, arte y etnografía desde el año 2001 y el motivo por el que dejé de escribir regularmente en ellos es el hastío de encontrarse continuamente ante un mismo ciclo. Un foro nace, comienza a aglutinar a aficionados o especialistas en la materia, lo cual, a su vez, anima a participar a más gente. Pronto su presencia en el Google se hace patente y comienzan a llegar iluminados de todo tipo con el único fin de hacer apología política o dar a conocer sus disparatadas teorías personales. Pero, aunque esto inicialmente haga que el foro aumente aún más su número de visitas, inmediatamente después acaba languideciendo.
¿Por qué ocurre esto? Sencillamente, porque cada vez resulta más difícil encontrar mensajes sensatos, y la información realmente útil yace sepultada bajo toneladas de frikadas que sólo interesan a quienes las escriben. Es comprensible que a un adolescente aficionado a la historia le resulte maravilloso encontrarse ante un medio donde puede contradecir las opiniones de un catedrático de universidad, sólo en base sus propias suposiciones, pero para éste último el toparse con ese tipo de situaciones, amparadas por el anonimato de la Red y un malentendido concepto de democracia, normalmente no le resultan tan atractivas.
En fin, sólo digo esto para explica por qué no voy a reproducir aquí ese manifiesto.
lunes, 11 de enero de 2010
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2 comentarios:
Hola Yeyo:
Yo, por el contrario me he sumado al Comunicado, despues de leerlo y valorarlo sin que esto presuponga que deposito mi confianza en ninguno de los "elegidos" que citas y que se reunieron con la ministra para nada.
He sido autor (poco prolífico) y comprendo que mucha gente desea vivir de su trabajo intelectual (aunque yo nunca me lo he planteado), pero igualmente reniego de la forma en que ese trabajo es gestionado por las sociedades pertinentes.
Respecto a la democracia en Internet, no creo que exista. simplemente porque, sin que nos demos cuenta, se están creando círculos de poder visibles o invisibles que, de algún modo, controlan, e incluso manipulan, lo que se publica.
Y lo que interesa a dichos círculos es esa falsa sensación de libertad en la que se pueden enseñar los genitales como una forma de expresión, mientras que usar el cerebro se convierte en una forma de represión.
Un saludo.
El comunicado, como todos los textos “políticos”, es lo suficientemente ambiguo como para resultar razonable y del agrado de todos. Ahora bien, leyendo los blogs de los impulsores del grupo de Facebook, lo que allí se escribe no me parece tan razonable. Mezclar churras con merinas y establecer un debate en el que supuestamente se deba elegir entre la SGAE y la supresión de los derechos de autor, desde luego no lo es. De hecho, esto último sólo haría que muchos editores y productores se lucraran por la cara…
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